Mensaje de Corpus Christi (2023)
¡Alabado sea Jesucristo!
¡Viva María, Madre de la Paz!!
La alegría y el regocijo expresado en la alabanza, la música y el canto nos dicen que Jesús vive, que Jesucristo vive en medio de nosotros, ¡presente en el sacramento del Amor!!
Y hoy salimos acompañados de su Madre, la Virgen de la Paz, para que aquellos que miran asombrados, y se detienen para ver este acontecimiento, sublime, distinto de otras manifestaciones de fe, descubran cómo el Pueblo de Dios demuestra públicamente su amor a Jesús Eucaristía. Y lo hace desde la algarabía del gozo, rezando y adorando ante la solemnidad del misterio tremendo y fascinante, que contagia esperanza y devoción, paz del corazón y silencio contemplativo.
La Eucaristía, sacramento de amor, no es un amor pasivo-estático, sino dinámico-creativo que se ofrece siempre a cada uno con un amor renovado y desbordante, profundo y permanente. Amor que, como el pan, se rompe continuamente por nosotros y para nosotros.
La Eucaristía es calidez de comunión, ternura generosa, sobreabundante, que invita a vencer el hielo del egoísmo, la frialdad de la indiferencia y la escarcha de la división. Jesús, Pan partido y entregado, nos asegura el don de la paz.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo…
Esta paz es fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Y es precisamente así: la verdadera paz, esa paz profunda que nace de la experiencia de la misericordia de Dios. La verdadera paz -dice Francisco-no es un equilibrio de fuerzas opuestas. No es pura "fachada", que esconde luchas y divisiones. La paz es un compromiso artesanal, que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo.
La paz para Jesús, no es solo la ausencia de la violencia. Es algo mucho más positivo, más profundo, ella puede existir junto a la violencia, en tiempos de muchos problemas. Es algo interno, no externo. Viene de un sentido interior de seguridad, de una convicción que Dios está con nosotros, y nosotros estamos en el lugar apropiado. Es algo que ni siquiera una amenaza de muerte puede arrebatarnos.
Pero no podemos caer en el acostumbramiento de no condenar la violencia, la inseguridad y de ver que el veneno de la droga daña y mata, y estamos viendo más “tolerancia social al consumo, pero no a los adictos”. Nos faltan brazos para abrazarlos y ayudarlos. Se legisla para consumir, pero no se legisla para desterrar el narcotráfico. Nos están destruyendo a las familias y se está empeñando el futuro de nuestros adolescentes y jóvenes más vulnerables.
Los adultos no podemos mirar para otro lado, se nos pide implicarnos, ocuparnos del cristo maniatado y esclavizado en una sociedad que excluye, del cristo agresivo en su debilidad, del cristo que ha quedado como sobrante, pues hoy no tiene lugar, ni sueños, ni horizonte donde mirar para seguir durando… el gesto del que da algo con amor: su tiempo, su oración, su cercanía, su apoyo, su capacidad, en realidad, no da solo algo, se está dando a sí mismo, se convierte en artesano de la paz. Entra en el misterio de entrega, de donación, que es la encarnación de Dios con nosotros y entre nosotros.
La paz puede llegar a nuestros corazones en tiempos de desorden y de problemas, de dolor y de enfermedad. La paz de Cristo, en cierta forma, nos llega suavemente y llena espacios en nosotros que están abiertos a la paz y que necesitan de la paz. Es la paz de la sanación y del perdón, y es la paz que llega al hacer lo que sabemos que corresponde a nuestro llamado a recrear la amistad social y la fraternidad universal.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo…
El deseo de despedida de Jesús es “Paz”; su regalo de paz no es un estar, sino que es una relación. Es el fruto de una profunda permanencia en Él. Esta relación no fallará nunca, y les permitirá a los discípulos soportar el sufrimiento y el rechazo.
Estamos celebrando también el jubileo diocesano por la presencia de nuestra Madre Reina de la Paz, ella vino a nuestra tierra portando el ramo de olivo en una mano y desde su regazo ofreciéndonos a su Hijo el “Príncipe de la paz”. María que llegó para cambiar nuestra historia de luchas y muertes entre argentinos, para cuidarnos como nación y consolidarnos como hijos de esta bendita tierra, que desea que vivamos en paz.
Saldremos con María de la Paz en misión, hasta enero del 2025, cuando se cumplen los ciento sesenta años en que esta imagen de la Madre de la paz fue entronizada en nuestra iglesia catedral.
Que María nos lleve a las periferias geográficas y existenciales de nuestra diócesis y nos acerque a su Hijo amado, que hoy adoramos en el don de su cuerpo y de su sangre, haciendo visible al Dios invisible. Su presencia real ante nuestros ojos, es capaz de desarmar nuestro corazón, asociarnos a su paz y darnos una vida nueva.
Mons. Jorge Lugones SJ