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Mensaje de Corpus Christi (2024)

“Organizar la esperanza”


Querida comunidad diocesana: Hoy queremos celebrar esta solemnidad del Sacramento del amor, el sacramento de la comunión, el sacramento que, en aquel Jueves Santo, Jesús nos regaló para quedarse misteriosamente entre nosotros, para ser el alimento del camino, para ser fuente que crea y recrea la fraternidad y fortaleza que alimenta la esperanza en los momentos difíciles.

Celebramos este regalo de su amor infinito pero en un contexto social muy difícil y preocupante. Estamos descuidando los vínculos que nos unen como Nación, con actitudes de división, exclusión, descalificación, individualismo, y desencuentro. Celebrar a Jesús Eucaristía, pan y alimento para todos, no puede dejarnos indiferentes ante el hambre de pan, de trabajo y de la realidad de tantos hermanos en esta situación.

El año pasado el Papa convocó a un encuentro de rectores de universidades de diversos países del mundo. El lema que les propuso fue ‘organizar la esperanza’. No se trata de una virtud individual, sino colectiva: “Dios nos ayuda con su gracia y nos hace miembros de una misma familia” (1).

San Juan Crisóstomo, uno de los Padres de la Iglesia, es muy actual: Mientras Dios desea por todos los medios mantenernos unidos pacíficamente, nosotros tenemos la mirada puesta en la mutua separación, en la usurpación de los bienes materiales, en pronunciar estas palabras glaciales (heladas): mío y tuyo. Desde ese momento empieza la lucha, desde ese instante la bajeza (PG.62,563).

Dice el evangelio de Marcos que Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos y les partió su pan... Para nosotros los católicos, sentarnos a la mesa del Señor significa estar abiertos a la entrega como Jesús, pan que se rompe para el bien de su pueblo, cáliz de la nueva alianza que se derrama por nosotros y por muchos para el perdón de los pecados.

Pero antes de sentarnos a la mesa el discípulo tiene que disponerse a la gracia de Dios, aceptar esta gratuidad del don, como antes de sentarnos a la mesa de los hombres, para compartir el pan cotidiano, damos gracias, rezamos, del mismo modo antes de comer el pan consagrado, el discípulo ha de estar dispuesto a lavar los pies, a abrir sus manos y sus brazos y a romperse, para que nadie quede excluido de la mesa del amor de Dios, que se hizo pan partido y entregado para todos.

Hemos cambiado el nosotros comunional por el mío y tuyo, de aquí la inequidad (desigualdad) social que nos paraliza, como el frío invernal. Los intereses de sector, los intereses particulares, los hoy llamados derechos de las minorías, nos manipulan, nos dispersan y debilitan la esperanza. Es por eso que tal vez no hemos entendido la finalidad del Bien Común: que es el bien, que hace posible a los grupos, a sus miembros el logro de la propia perfección (plenitud), sin olvidar el bien universal de la familia humana (2). Por lo tanto nos alejan de organizar la esperanza. 

Sentarnos a la mesa implica por lo tanto, rompernos también nosotros, por aquellos a los cuales Cristo nos mandó invitar a su mesa: los sufrientes, los faltos de esperanza y de consuelo, los que nada creen, los que nada esperan, los que están más cerca, los que están más lejos…esta realidad también nos desafía a organizar la esperanza.

Para nosotros, sentarnos a la mesa del Señor, alimento de vida, nos anima a compartir una cultura de la vida en abundancia que denuncia la cultura de muerte, como es el caso de la drogadependencia.

Vuelvo a repetir y no me cansaré de insistir: estamos cayendo en el acostumbramiento de ver que este veneno daña y mata. Se legisla para consumir, pero no se legisla para desterrar el narcotráfico. Nos están destruyendo las familias y se está empeñando el futuro de nuestros adolescentes y jóvenes más vulnerables.

La desigualdad en el contexto de la “globalización de la indiferencia” (LS), asegura que, los efectos de la degradación ambiental, descartan a los seres humanos a partir de la contaminación tóxica, visual y acústica; la exclusión social; la violencia; el consumismo; la omnipresencia de dinámicas digitales y las emociones artificiales... (3)

Ante las enfermedades sociales que nos aquejan, Jesús eucaristía es médico y medicina; Él ha venido a sanar las heridas, males y sufrimientos del alma y del cuerpo, su Espíritu curativo y liberador se nos quedó en este pan bendito, roto por nosotros y para nosotros, entregando su vida y su gracia nos confirma en la fe, nos confía organizar la esperanza y nos recrea en el amor.

En el don del cuerpo y la sangre de Cristo, haciendo visible al Dios invisible que es todo amor, se nos da una presencia real ante nuestros ojos, que es capaz de darnos vida eterna. Lo cual no implica que nos libre de la lucha cotidiana y de la muerte temporal, que hará posible la consumación, sino que se nos promete como donación: la Resurrección y la vida en abundancia para todos.

Que nuestra Madre y Reina de la Paz, vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos -como hace ciento sesenta años para reconciliar a los argentinos- y nos siga mostrando a Jesús, fruto bendito de su vientre, en la hora histórica que nos toca para poder organizar la esperanza desde el gozo y confianza, el consuelo y la suavidad del Espíritu Santo que la cubrió con su sombra.

Mons. Jorge Lugones SJ
Obispo de la diócesis de Lomas de Zamora

 

 

1 Francisco: encuentro de rectores de universidades. 2023
2 CDSI Nº164
3 Francisco Ibid